domingo, 31 de mayo de 2009

Entrevista a Mercedes Araujo




Nota publicada el 31 de mayo de 2009
Por Eugenia Segura



Con la biografía como ejercicio de alto riesgo, la autora mendocina Mercedes Araujo acaba de editar por Abeja Reina su tercer libro, "Viajar sola". Un recorrido apasionado por la naturaleza tremenda del continente negro.
Mercedes Araujo es una de esas escritoras raras, que cuentan en su haber con una ruta de viajes un tanto extrema: desde un conocido colegio de monjas mendocino hasta el África subsahariana. Semejante trayecto promete toda clase de aventuras, sobre todo si, como insiste desde el título, se es mujer, se viaja sola. En su departamento de la calle Tacuarí (pleno centro de Buenos Aires), conviven varias Mercedes en furiosa armonía: la perfecta anfitriona que anima varias editoriales independientes (Sigamos enamoradas, Abeja Reina), la niña terrible que coleccionaba amonestaciones y nidos de pájaros en un cuartito clandestino de Chacras de Coria -lectora irredenta de Emilio Salgari-, la abogada ambientalista, la cocinera proverbial, la artista plástica. No es una especie de versión femenina de Hemingway, de hecho, cuesta imaginarla durmiendo bajo un termitero, o trepando el monte Kenia entre monos y cebras, ahora que la vemos cómodamente sentada en su sofá de roble y terciopelo verde, rodeada de objetos bellos. Pero los detalles ásperos, la precisión vívida de su libro, dejan a las claras que tampoco se trata de una de esas turistas que sólo van del resort al mercado de souvenirs prestigiosos. "Siempre supe que iba a ser escritora, terminé estudiando abogacía no sé por qué, porque de algo hay que vivir, supongo. Pero fijate que pude unir las dos cosas, mi fascinación por el desierto -que es el personaje principal de la novela que estoy escribiendo ahora, una historia de amor prohibido entre una cazadora aborigen y un bandido blanco, en la época en que se estaban secando las lagunas de Huanacache- me llevó a estudiar ese recurso hídrico que sostiene una imagen medio ficticia de Mendoza como un bosque. La regulación que hay sobre el agua es absurda, la están saqueando sin ningún criterio, fuera del mercantil", dice mientras ceba unos amargos en un mate rosa metalizado. Todo empezó en Mendoza, con un premio que la llevó a publicar en la antología Joaquín Barbera, después estudió derecho y, paralelamente, bellas artes, hasta que descubrió que ambas disciplinas sólo la conducían al orden. "Después me casé, viví un tiempo en Madrid, también viví en Buenos Aires, donde asistí a los talleres de Cristina Piña. Con ella trabajé el libro 'Ásperos esmeros', que salió por Ediciones del Copista, en Córdoba". Pero aquellas aventuras leídas en la infancia, de piratas y tigresas, la llevaron a buscar en el mar Índico su verdadero nombre. He venido al desierto para irme de tu amor, que el desierto es más tierno y la espina besa mejor. Como siempre, la coherencia en la contradicción expresa la fuerza de un deseo, aquellas palabras del genial filósofo argelino le vienen como anillo al dedo a Mercedes, y nos sitúan sobre la pista que hace, de 'Viajar sola', un libro que excede en mucho a la simple crónica de viaje cortada en versos, tan propia de los '90. En continuidad con su libro anterior, 'Duelo' (publicado por En danza en 2005, junto a Cecilia Romana y Carolina Esses), una historia de desamor da impulso a tanto kilometraje, que implica, a la vez, una tensión con aquella ruta señalizada sobre lo que puede decirse del deseo desde una firma femenina. Devenir el animal salvaje que se mira, para incorporarlo por esa rara ósmosis que tienen en común la poesía y la magia primitiva, es la cura que va a encontrar la peregrina del corazón roto, que inicia la travesía en el primer poema del libro. El desierto como destino metafísico, ascético, pronto cede su lugar al espacio real, donde Mercedes despliega su bestiario. "Una hiena presa con una correa, un pedazo de carne,/ un poco de agua en un vaso puesto junto al fuego" es el verso anónimo que la guía mientras recibe su bautismo africano, Cumene, junto con las píldoras para la malaria, el cólera, la fiebre amarilla. Pronto, los pájaros enjaulados, los carneros sacrificiales, son reemplazados por animales más intensos: "Cuando navego soy carnívora/ gritar trepada a la vela: carnívora/ ojos de chita furtiva, sanguinaria y cansada", o bien: "Si fuera lagarto hembra/ usaría esa piel y flotaría en el río como madera/ para tratarme con lagartos/ de igual a igual/ y que me teman como yo a ellos". También se integra el paisaje humano: una aldea masai donde las solitarias mujeres de las tribus nómades cazan aves, y les tienen miedo a los monos. "Eso fue maravilloso" extiende la anécdota "ahí sólo vivían mujeres y niños, en unas casas redondas hechas de adobe y ramas. Todo el tiempo tenían que marcar el territorio, para defenderse de los predadores. Fue increíble porque me llevaron hasta la mujer principal, y ella se fascinó con mi cabello largo -ahí todas están rapadas- y con una especie de bufanda amarilla que yo tenía. Se la ofrecí, y entablamos una amistad espontánea, de alguna manera ese gesto tan femenino de tocar una tela nos hermanaba, aunque no nos entendiéramos una palabra". O las calles de Nairobi, en las que, como una Alfonsina contemporánea, escribe: "Cuando no estemos en Nairobi, Moses/ podrás correr con tu auto verde gris/ y escurrirte agua fresca. Mientras tanto/ tendrás que conducir/ incrustados mis ojos en tu cuello". Aquel viejo slogan, has recorrido un largo camino, muchacha, encuentra la enunciación plena del deseo y su mordaza, en un poema que habla desde el yo, libre ya de toda metonimia: "a mordiscos dando coces/ .../ las ancas rebosantes/ .../ con el cuerpo vendado/ hice movimientos inútiles/ tensé músculos sanos/ hasta el extremo". Varios son los nombres que Mercedes espera, recibe y se da a lo largo de este libro: rapsoda, caballo dócil, valentona, Mukongo, Cumene, y más. De todos ellos, quizás el que mejor las reúna a todas, sea el que le dieron sus vecinos en el Congo: ella es una auténtica chica-borrasca.